Hitler 1936-1945 by Ian Kershaw

Hitler 1936-1945 by Ian Kershaw

autor:Ian Kershaw [Kershaw, Ian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2000-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo II

No era en los asuntos internos en lo que se centraba primordialmente el interés de Hitler en la primavera y el verano de 1943. En realidad, su atención se hallaba consagrada casi en exclusiva al curso de la guerra. La tensión que esto le causaba había dejado en él su huella. Guderian, que disfrutaba de nuevo del favor del Führer tras una larga ausencia, se quedó impresionado en su primer encuentro, el 20 de febrero de 1943, por el cambio que apreció en La apariencia física de Hitler desde la ultima vez que se habían visto, que había sido a mediados de diciembre de 1941: «En los catorce meses transcurridos había envejecido enormemente. Su actitud era menos segura, y su lenguaje vacilante; le temblaba la mano izquierda».[81]

El presidente Roosevelt, al final de las reuniones que había celebrado con Churchill y con los jefes del Estado Mayor conjunto en Casablanca, en el Marruecos francés, del 14 al 24 de enero de 1943, para analizar la estrategia bélica, había anunciado al final de la conferencia de prensa (para sorpresa del primer ministro inglés), que los aliados impondrían a sus enemigos una «rendición incondicional». Era una decisión que se correspondía plenamente con la mentalidad de Valhalla de Hitler.[82] Para él, esa decisión no cambiaba nada. Lo único que hacía era confirmar aún más que su postura resuelta y decidida y su rechazo de cualquier acuerdo eran correctos. Como les dijo a los jefes del partido a principios de febrero, se sintió inmune después de aquello a cualquier tentativa de convencerle para que buscase un acuerdo de paz negociado.[83] Se trataba ya, como él había dicho siempre que sería, de una cuestión clara de victoria o destrucción. Había ya pocos, incluso entre sus seguidores más próximos, como admitía Goebbels, que fuesen aún capaces de creer de verdad que era posible la victoria. Pero estaba descartado cualquier intento de negociación. Sólo quedaba abierto, cada vez con mayor claridad, el camino de la destrucción. Para Hitler cerrar todas las vías de escape tenía ventajas indudables. El miedo a la destrucción era un motivador potente.

Algunos de los principales generales de Hitler, Manstein en especial, habían intentado convencerle inmediatamente después de Stalingrado de que debería, si no ceder el mando del ejército, nombrar al menos un comandante supremo de su confianza en el frente del este. El candidato evidente para el puesto de «comandante supremo del este» era el propio Manstein. Pero Hitler no quería saber nada de eso. Decía que no conocía ningún comandante al que pudiese confiarle ese puesto de mando.[84] Como sospechaba Guderian, Manstein probablemente fuese demasiado independiente y demasiado franco, en su opinión, para el gusto de Hitler. Tras los agrios conflictos de los meses anteriores, prefirió la docilidad de un Keitel a los razonamientos incisivos y precisos de un Manstein.[85] Significó un debilitamiento aún mayor del potencial militar de Alemania, pero la reacción instintiva de Hitler ante el desastre de Stalingrado fue no hacer ninguna concesión; tenía que recuperar la iniciativa sin demora en el frente oriental.



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